lunes, 11 de marzo de 2013

Queremos paz....



11 de Marzo de 2013 vs 11 de Marzo de 2004




7:40 AM (Una hora más en Israel, siempre): “Al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”.

Helena vuelve a casa tras una larga, y nocturna, jornada laboral. En el metro las miradas se pisan, los bostezos se chocan y los ánimos dormitan. Su corazón bombea sangre a razón de diez litros por minuto (y lo normal es cinco) y su cabeza va a tres mil revoluciones por segundo. Se siente palpitar la garganta, la boca le sabe a humo. Está cansada. Sólo quiere llegar a su destino…

Mientras, en un campo de refugiados libanés, Ahmed juega a apedrear siluetas dibujadas en una pared con tiza. Su madre intenta limpiar las andrajosas ropas con una ínfima pastilla de jabón mientras tararea una canción popular. El pequeño Jamal no irá hoy al colegio, tose demasiado. Amaneció hace tiempo, pero entre las nubes es imposible divisar cualquier rayo de sol, de Esperanza.

8:22 AM

Chirría el despertador del móvil. ¿O era una llamada? En los casos urgentes, Helena siempre confunde sonidos… Y de pronto, sobresaltada, descuelga el teléfono y no escucha nada al otro lado.

 Sólo escucha Silencio.

- ¿Hola?
- ¿Estás…. bien? – titubeante, pregunta una voz que le transporta al mar.
- ¿Por qué iba a estar mal?…
- Ha habido un atentado…. en Madrid.

Los militares libaneses se entretienen sacando brillo a sus Kalashnikovs. Gastan bromas entre ellos y escupen al tiempo que apuran un cigarrillo que acabará apagado bajo el peso de sus botas. Entre tanto barro es imposible divisar una sola flor. Jamal tose y esputa mocos de color amarillo verdoso mientras tira de la manga de la camisa de su padre. El olor a orín impregna cada rincón y cada calle.


10:43 AM:

El té se le ha quedado frío con el periódico entre las manos. El cigarrillo se consume solo, sin esfuerzos. El telediario escupe información inteligible y por un momento Helena se siente una lisiada mental, paralítica de ideas. El día acaba de comenzar y a ella ya le parece el fin del mundo. No entiende nada.

Nihad va a intentar salir del campo para “llegar al otro lado” y traer unas medicinas para Jamal. Dentro del refugio, el reparto de medicinas (al igual que el agua, los alimentos…etc) se rige por la ley del más fuerte, o del que mejor trapichea. En el puesto de la entrada los libaneses se sienten interrumpidos por un palestino sucio y cansino. Le remiten el camino de vuelta mientras continúan con su ristra de chistes, pero Nihad no se da por vencido. Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder.


13:25 PM:


Helena carga su mochila de libros y baja las escaleras mecánicas de dos en dos. La gente se queda petrificada, mirando las pantallas de información. Los trenes parten de la estación vacíos. Prisa. Siempre la puta prisa. Parece que no haya un mañana. Quizá no haya un mañana.
Los soldados israelíes entraron como un huracán en la casa llevándose todo por delante. Rasgaban cortinas y se desplegaban por las habitaciones apuntando con sus fusiles y gritando como animales. La madre de Ahmed se quedó paralizada en la cocina, con el cuchillo del que aún chorreaba el jugo de los tomates que había sobre la mesa entre las manos. Jamal permanecía tumbado sobre un sucio colchón en el suelo en el cuarto de al lado.
Un soldado israelí entra en la cocina apuntando a su Objetivo, con el dedo tras el gatillo. Grita frases sin sentido entre las que se intercala un sonido que a Ahmed le es familiar. ¡Es el nombre de su padre! ¡Su padre ha ido a por las medicinas! Nadie parece oír los gritos de Ahmed. El soldado israelí no se lo piensa dos veces, apunta a su madre con el rifle y le dispara un tiro entre las cejas. Rojo. Todo se vuelve Rojo.


16:14 PM:


Helena está confundida. Va a poner flores a unos muertos por primera vez en su vida y no son sus muertos. En el viaje en metro hacia Atocha le acompañan dos rosas rojas y una canción irónica. “Algo bueno debe tener la globalización. El entendimiento de culturas y toda esa basura”, piensa mientras se acuerda de los sustos que se daba en el pasillo oscuro de su casa con su compañero de piso afroamericano años atrás, cuando vivió en Inglaterra. Mientras piensa en las japonesas estudiantes que le contaban su vida de maestras, en el argentino que le explicaba los tangos y en el galés que le regalaba frases absurdas.

Helena decide dejar de mirar absurdamente a través del cristal de la puerta del vagón. Las mismas líneas, los mismos metros de cable por recorrer en la oscuridad, en el submundo de Madrid. Abre el periódico gratuito que encontró en la taquilla y el titular le hiela la sangre:

“Un voluntario de una ONG se inmola en un centro de refugiados libanés” Continúan pasando las palabras ante sus ojos a la misma velocidad que se le dibuja una mueca de dolor en la cara. El voluntario era hijo de una víctima del pasado 11-M. Se introdujo en la ayuda a refugiados musulmanes a través de una conocida ONG y aprovechó un viaje de ayuda voluntario para inmolarse, causando 10 víctimas mortales.

Lo que Helena no sabe es que entre ellos está Nihad, que al volver con las medicinas, supo que había quedado viudo al morir sus mujer mientras le buscaban los israelíes por pertenecer al grupo terrorista Hamás.

18:27 PM:


En la Universidad los profesores han cerrado sus viejos libros y han dado un puñetazo en la mesa. POR FIN. ¿Quién nos quiere engañar y por qué? El destino conspira contra las conspiraciones, pero en la calle aún nadie lo sabe. Hay unas elecciones en juego y un país movilizado.

Ahmed tiene 15 años (como la mitad de la población palestina) y ha decidido su futuro. Quiere salir del centro de refugiados, volver a su pueblo, ese que siempre mencionaban su padre y su madre. Ver quien hay allí. Si son israelíes, matarlos. Y recuperar su Tierra. La tierra de Alá y la tierra que les quitaron cuando la nakba, en 1948. Jamal, de 4 años, le acompaña por las calles embarradas hacia la Reunión. “Grandes planes tiene Alá para ti, Ahmed”, resuena en el fondo de su corazón.


Ciclotímica preguntándose si un día podremos entendernos los unos a los otros…



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